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La lucha en torno a OpenAI giró, al menos en parte, en torno a visiones enfrentadas sobre la inteligencia artificial. Un bando se impuso claramente.

Kevin Roose
The New York Times - 24 de noviembre de 2023

Lo ocurrido en OpenAI durante los últimos cinco días podría describirse de muchas maneras: Un jugoso drama en la sala de juntas, un tira y afloja en torno a una de las mayores empresas emergentes de Estados Unidos, un enfrentamiento entre los que quieren que la inteligencia artificial avance más rápido y los que quieren ralentizarla.

Pero fue, sobre todo, una lucha entre dos visiones enfrentadas de la inteligencia artificial.

Según una visión, la inteligencia artificial es una nueva herramienta transformadora, la más reciente en una serie de innovaciones que han cambiado el mundo, como la máquina de vapor, la electricidad y la computadora personal, y que, si se utiliza de manera correcta, podría marcar el comienzo de una nueva era de prosperidad y hacer ganar mucho dinero a las empresas que aprovechen su potencial.

Según la otra visión, la inteligencia artificial es algo más parecido a una forma de vida alienígena —un leviatán convocado desde las profundidades matemáticas de las redes neuronales— que hay que contener y desplegar con extrema precaución para evitar que se apodere de nosotros y nos mate a todos.

Con el regreso de Sam Altman el martes a OpenAI, la compañía cuya junta directiva lo despidió como director ejecutivo el viernes de la semana pasada, la batalla entre estos dos puntos de vista parece haber terminado.

El Equipo Capitalismo ganó. El Equipo Leviatán perdió.

La nueva junta de OpenAI estará conformada por tres personas, al menos al principio: Adam D’Angelo, director ejecutivo de Quora (y único miembro del antiguo consejo); Bret Taylor, exejecutivo de Facebook y Salesforce; y Lawrence H. Summers, exsecretario del Tesoro. Se espera que la junta crezca a partir de esa base.

También se espera que el mayor inversor de OpenAI, Microsoft, tenga más voz en la gobernanza de OpenAI en el futuro. Esto podría incluir un puesto en la junta.

 

Quizás lo que ocurrió en OpenAI —un triunfo de los intereses corporativos sobre las preocupaciones por el futuro— era inevitable, dada la creciente importancia de la IA. Una tecnología potencialmente capaz de marcar el comienzo de una Cuarta Revolución Industrial difícilmente iba a ser gobernada a largo plazo por quienes querían frenarla, no con tanto dinero en juego.

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