Los avances tecnológicos están cambiando las cosas. El futuro de las universidades pasa por la interacción humana, la tecnología y la reflexión ética.
Alberto Núñez y José María de Areiliza
Ethic - 12 de junio de 2023
En la residencia de alumnos de una universidad española hace unos años se eliminó el comedor y se instalaron mini-cocinas en cada habitación. También cada alumno estudia en su habitación o en la biblioteca de la universidad. La residencia alquila diverso material como planchas, secadoras, consolas de videojuegos, tipo Play Station, y otros pequeños aparatos digitales o eléctricos. Pero la última novedad es que, en lugar de tener algunos empleados que se encargan de este servicio, está ahora en proyecto instalar una máquina que haría todo el proceso de préstamo y recogida automáticamente. Esto permitirá reducir algunos empleados de la plantilla.
Aunque esta automatización ha llevado a que los alumnos se conozcan cada vez menos entre sí, así como al personal de la residencia, en las encuestas de satisfacción los estudiantes valoran consistentemente experiencias o relaciones que les hacen «sentirse como en casa». Recientemente, se anunció que un fondo de pensiones de un país europeo ha comprado la residencia. Esta adquisición se basa en la perspectiva de obtener una renta segura con costes estables y muy bajos. La prioridad del fondo es que la residencia reduzca a cero sus emisiones de CO2.
Este relato es una buena imagen del futuro posible de la Educación Superior. Esas mismas tendencias también están presentes en el aula. Cada vez más, se están implementando diversas plataformas educativas en las universidades para dirigir y evaluar el aprendizaje de los alumnos y cabe esperar que su número aumente en los próximos años. La posibilidad de liberar a los profesores de la tarea de evaluación y, en parte, de la enseñanza, es algo muy apreciado. Se evita una de las partes menos agradables del trabajo, se gana en objetividad y se libera tiempo para concentrarse en la investigación, elemento principal de los rankings y de la carrera profesional de los (todavía llamados) docentes.
Mucho se está hablando en estos momentos del efecto de las nuevas herramientas de inteligencia artificial (IA) sobre la docencia. Ya sabemos que ChatGPT y otras muchas aplicaciones que vendrán significan una revolución en el modo de aprender. El análisis y la síntesis de información, la elaboración de trabajos o cualquier ejercicio escrito o visual, ya no pueden ser concebidos sin tener en cuenta estas herramientas. Algunos proponen rediseñar las pruebas y los ejercicios para garantizar que los hagan realmente los alumnos. Otros, pensando en la imposibilidad de ponerle puertas al campo, prefieren más bien integrarlas en los programas. No faltan las voces que advierten de sus riesgos, como la de Michael Ignatieff, que señala cómo hemos creado máquinas que hacen difícil que «una persona normal siga sabiendo lo que es verdad y pronto puede hacerlo imposible», y defiende que «la confianza y la verdad son lo que impiden que las sociedades caigan en el vacío de la mentira y la violencia».
Otro efecto igual de importante es la necesidad de justificar a partir de ahora la existencia misma de la institución universitaria. No tardaremos mucho en tener tutores o profesores personalizados. Serán herramientas de IA que nos guíen de forma individualizada en nuestro estudio y nos propongan pruebas y ejercicios de acuerdo al progreso real que hagamos y el objetivo que queramos alcanzar para un tiempo disponible. Esto ya existe en los gimnasios deportivos. Solo es cuestión de tiempo que se extienda al corazón de la educación superior.
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