Martín Sacristán
Jot Down - 6 de julio de 2024
La idea de que la aparición de una máquina pensante siempre será una amenaza para el ser humano comenzó con la invención misma de la palabra robot. Creada por el escritor Karel Čapek sobre el checo robota, esclavo, presentó en su obra de teatro R.U.R. (Robots Universales Rossum), en 1920, un drama donde androides con lo que hoy llamaríamos inteligencia artificial, y que pueden ser confundidos con humanos, acaban iniciando una revolución que destruye a la humanidad. Desde entonces la ficción se ha apegado a esa idea, especialmente en el cine. En Metrópolis, 1926, su protagonista María II es un esqueleto mecánico que se recubre de piel humana. Misma idea en Terminator, 1984, con un gran ordenador líder en forma de IA, Skynet, enviando los androides híbridos de acero y tejido biológico. Incluso Matrix, 1999, coqueteó con la idea de unir cuerpo vivo y máquina, esta vez para solucionar el problema de abastecimiento energético, dando el profético paso final hacia el presente.
Porque los primeros ordenadores mixtos, compuestos por chips de tejido cerebral humano vivo y circuitos electrónicos convencionales, ya han comenzado a funcionar con buenos resultados. Así como los primeros robots que usan la emulación de un cerebro humano en miniatura, un organoide cerebral, para sus funciones motrices. Incluso se ha logrado desarrollar una cara con tejido humano vivo conectada a una matriz robótica. Todos estos desarrollos tienen en común el mismo objetivo, que no es en realidad crear la máquina mixta, sino reducir la energía que necesita cualquier computación sofisticada, desde la inteligencia artificial a los superordenadores, así como los robots androides, para funcionar.
Es uno de los mensajes que a Sam Altman le gusta transmitir en sus apariciones públicas: no disponemos de suficiente electricidad para alimentar la inteligencia artificial. En realidad lo que no tenemos, como civilización tecnológica, al menos de momento, es un sistema de generación eléctrica que permita poner la IA en el sistema operativo de cada uno de nuestros teléfonos, momento en que su uso pasaría a ser definitivamente masivo. Precisamente lo que necesitan las tecnológicas para que la IA sea rentable. Este es el verdadero cuello de botella de la IA, y el mejor ejemplo está en que una sola pregunta a chatGPT necesita usar diez veces más electricidad que una búsqueda en Google. Así que no podemos sustituir los buscadores por chats de IA.
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